Dante y la Astronomía

El descubrimiento de Aristóteles- en la Edad Media – trajo consigo también el de las obras de Ptolomeo sobre astronomía, que exponían la concepción clásica de los cielos (según la cual los planetas giraban alrededor de la Tierra en esferas cristalinas concéntricas), así como los posteriores refinamientos matemáticos de epiciclos, excéntricas y ecuantes. Aunque las discrepancias entre la observación y la teoría continuaban surgiendo y exigiendo soluciones, el sistema ptolemaico seguía reinando como la astronomía más sofisticada conocida, capaz de modificarse en los detalles sin alterar su estructura básica. Ante todo, proporcionaba una convincente exposición científica de la percepción natural de la Tierra fija y de los cielos moviéndose alrededor de ella. Consideradas conjuntamente, la obra de Aristóteles y la de Ptolomeo ofrecían un paradigma cosmológico general que representaba la mejor ciencia de la era clásica, que había guiado a la ciencia árabe y que luego se extendió por las universidades de Occidente.

Desde los siglos XII y XIII incluso la astrología clásica codificada por Ptolomeo se enseñaba en las universidades (a menudo en conexión con estudios médicos); Alberto Magno y Tomás de Aquino la integraron en un contexto cristiano. En realidad, durante la Edad Media la astrología nunca desapareció del todo, e incluso llegó a gozar esporádicamente del auspicio real y papal y de reputación intelectual, a la vez que constituyó el marco cósmico de una activa tradición con un creciente componente esotérico. Puesto que el paganismo ya no era una amenaza para el cristianismo, los teólogos de la baja Edad Media aceptaron más libre y explícitamente la pertinencia de la astrología, sobre todo teniendo en cuenta su prosapia clásica y su sistematización aristotélico-ptolemaica. La objeción cristiana tradicional a la astrología (esto es, la negación implícita del libre albedrío y de la gracia) fue refutada por Tomás de Aquino en la Suma teológica. Allí afirmó que los planetas influían en el hombre, especialmente en su naturaleza corporal, pero que mediante el uso de la razón y el libre albedrío que Dios le ha dado, aquél podía controlar sus pasiones y liberarse del determinismo astrológico. Como en su mayoría los individuos no ejercían esta facultad y estaban sometidos a las fuerzas planetarias —continuaba el razonamiento—, los astrólogos podían realizar predicciones generales acertadas. Sin embargo, en principio, el alma tenía libertad para elegir y, según los astrólogos, el hombre sabio gobernaba sus astros. Tomás de Aquino mantenía, pues, la creencia cristiana en el libre albedrío y en la gracia divina sin dejar de reconocer la concepción griega de los poderes celestiales.

La astrología, junto con la astronomía, se elevó otra vez a primer plano como ciencia de vasto alcance, capaz de desvelar las leyes universales de la naturaleza. Las esferas planetarias (la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno) formaban cielos sucesivos que rodeaban a la Tierra y afectaban a la existencia humana. En la base de la restaurada cosmología clásica se hallaba el axioma fundamental de Aristóteles: «El fin de todo movimiento debe ser uno de los cuerpos divinos que se mueven en el cielo». Como las traducciones del árabe continuaron durante las generaciones siguientes, las concepciones esotérica y astrológica forjadas en la época helenística, enunciadas en las escuelas alejandrinas y en la tradición hermética y difundidas por los árabes, fueron adquiriendo una influencia cada vez mayor en los ambientes intelectuales medievales.

Pero fue a partir de que Dante hiciese suya la cosmología aristotélico-ptolemaica que los escolásticos habían legado al cristianismo cuando la cosmovisión antigua penetró por completo en la psique cristiana, reelaborada e impregnada de significación cristiana. Muy cercano a Tomás tanto temporal como espiritualmente, y también inspirado en la sabiduría científica de Aristóteles, Dante plasmó en su poema épico La Divina Comedia el paradigma moral, religioso y cosmológico de la era medieval. La Divina Comedia fue, en diversos aspectos, una cumbre sin precedentes en la cultura cristiana. En la sostenida continuidad de su imaginación poética, la épica de Dante trascendía las convenciones medievales anteriores en refinamiento literario, en la elocuencia con que usaba la lengua vernácula, en la penetración psicológica y las innovaciones teológicas, en la expresión de un individualismo más profundo, en su afirmación de la poesía y el conocimiento como instrumentos de comprensión religiosa, en la implícita identificación de lo femenino con el conocimiento místico de Dios y en la audaz ampliación platónica del eros humano en un contexto cristiano. Pero lo que tuvo mayores consecuencias para la historia de la cosmovisión occidental fueron ciertas ramificaciones de su arquitectura cosmológica, pues al integrar los abstractos conceptos científicos de Aristóteles y Ptolomeo con un retrato vívidamente imaginativo del universo cristiano, Dante creó una vasta mitología clásico-cristiana que abarcaba la totalidad de la creación y que habría de ejercer una influencia considerable en la imaginación cristiana posterior.

En la visión de Dante, así como en la visión medieval en general, los cielos eran de naturaleza divina y, al mismo tiempo, tenían significado humano. El microcosmos humano reflejaba directamente el macrocosmos, y las esferas planetarias contenían las diversas fuerzas que influían en el destino de los hombres. Dante completó esta concepción general uniendo poéticamente los elementos específicos de la teología cristiana con los elementos igualmente específicos de la astronomía clásica. En La Divina Comedia, las esferas elementales y planetarias que de modo ascendente envuelven a la Tierra central culminan en la esfera más alta, que contiene el trono de Dios, mientras que los círculos del Infierno, imagen invertida de las esferas celestes, descienden hacia el corrupto centro de la Tierra. El universo geocéntrico de Aristóteles se convertía, pues, en una inmensa estructura simbólica del drama moral del cristianismo, en el que el hombre estaba situado entre el Cielo y el Infierno, desgarrado entre su morada etérea y la terrenal, en equilibrio sobre el eje moral entre su naturaleza espiritual y su naturaleza corporal. En esta perspectiva, todas las esferas planetarias ptolemaicas adquirían referencias cristianas, con jerarquías específicas de ángeles y arcángeles responsables de los movimientos de cada esfera, incluidos los diversos refinamientos epicíclicos. La Divina Comedia describía toda la jerarquía cristiana del ser, que arrancaba en Satanás y el Infierno, en las oscuras profundidades de la Tierra material, pasaba por el monte del Purgatorio y llegaba, a través de sucesivos ejércitos de ángeles, al Dios supremo en el Paraíso, en la esfera celestial más alta, mientras que la existencia humana terrenal ocupaba el centro cosmológico, todo ello en cuidadosa correspondencia con el sistema aristotélico-ptolemaico. El universo cristiano resultante era un macrocósmico vientre divino en el que la humanidad ocupaba un sitio seguro en el centro, completamente rodeada por el ser omnisciente y omnipotente de Dios. De esta manera Dante, al igual que Tomás de Aquino, logró un ordenamiento extraordinariamente amplio del cosmos, una transfiguración cristiana del orden cósmico que habían establecido los griegos. Pero el poder y la vitalidad de esta integración grecocristiana acabaría propiciando un giro inesperadamente decisivo. Para la mentalidad medieval, el mundo físico era plenamente simbólico, y esa manera de percibir la naturaleza ganó renovada fuerza con la integración cristiana de Aristóteles y de la ciencia griega. El uso que Dante hizo de la cosmología aristotélico-ptolemaica como fundamento estructural de la cosmovisión cristiana se estableció fácilmente en el imaginario colectivo cristiano, impregnando de significado religioso todos los aspectos del modelo científico griego. En la mente de Dante y de sus contemporáneos, astronomía y teología estaban inextricablemente unidas en una síntesis cosmológica que iba a tener profundas consecuencias culturales. Si los futuros astrónomos hacían encajar en este sistema cualquier cambio físico esencial —como, por ejemplo, una Tierra en movimiento—, el efecto de una innovación puramente científica amenazaría la integridad de toda la cosmología cristiana. Al acoger en sus pliegues incluso los detalles de la ciencia clásica, la comprensión intelectual y el deseo de universalidad característicos de la mentalidad cristiana de la baja Edad Media se encaminaron por derroteros que más adelante resultarían enormemente problemáticos.


Dante Alighieri

Fuente: Richard Tarnas, La pasión de la mente occidental. Ediciones Atalanta. 2016 4ª edición.

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